La Técnica del ballet: temida, amada, malinterpretada 


La Técnica del ballet: temida, amada, malinterpretada  

¿Qué se esconde detrás de la técnica de un bailarín clásico? Cuando uno ve esos bellos cuerpos, instrumentos de ilimitadas posibilidades de movimiento en ese fluir aparentemente sin esfuerzo sobre un escenario, ¿qué ha habido antes? ¿Qué hay debajo de la punta del iceberg? 

Espaldas totalmente rectas; hombros marcadamente hacia abajo, dejando ver los esbeltos cuellos; caderas perfectamente colocadas; rodillas con la precisión de una aguja; muslos, piernas y pies volteados hacia afuera tanto sobre el piso como en las más elevadas extensiones y en los asombrosos vuelos que retan la gravedad. Y aún así, suaves brazos y gráciles manos, llenas de expresión y de melodía; rostros serenos, abandonados al momento dramático, como los actores, inmersos sólo en su actuación. 

La técnica académica o clásica, como se le ha llamado, no es un capricho de sus creadores; es el producto de un profundo estudio de las posibilidades expresivas y estéticas del cuerpo humano, de su anatomía, bajo las leyes de la física en relación con el espacio y el tiempo; de un cuidadoso análisis de maestros, coreógrafos y bailarines, que desde antes de Noverre, el gran creador del siglo XVIII, han desarrollado y enriquecido la técnica hasta llegar a la extraordinaria manifestación dancística que podemos presenciar hoy en un escenario.

La más sencilla posición, el movimiento que pueda parecer más simple, son el producto de años de ir moldeando músculos y huesos en ese código, de por sí expresivo, para transmitir sentimientos, impulsos, motivaciones, ideas, conceptos, y toda la belleza que un cuerpo humano puede generar, materializando la frase de que: “la danza comienza donde terminan las palabras”.

Hay varias maneras de acercarse a la técnica. Muchos la utilizan como razón – o como pretexto – para no acercarse a un espectáculo de danza, esgrimiendo que no van porque no la entienden. Para ellos, el primer consejo: Dejen el conocimiento técnico a los expertos y abandónense al disfrute de esa maravillosa manifestación artística.  Posteriormente, si crece el interés por la misma, no está de más aprender ciertos principios básicos de la técnica para apreciar mejor la calidad de los bailarines. 

Otros, ya con cierra experiencia como espectadores de ballet, la enfocan desde el punto de vista acrobático y la consideran como sinónimo de múltiples giros, equilibrios eternos sobre una punta, saltos descomunales, y si no reciben eso de un bailarín, piensan que la función no fue buena. Desafortunadamente, algunos bailarines la emplean con el mismo enfoque y alimentan el gusto de ese tipo de público, sin considerar que no siempre puede lograrse ese admirado despliegue y que, además, tiene vida limitada. 

Para los grandes artistas de la danza – y de las otras disciplinas artísticas – la técnica es un medio de expresión, no un fin en sí misma. Ellos lo declaran en entrevistas, libros y conferencias; pero además, uno puede verlo clara y consistentemente cuando, desde el escenario, nos dan esa lección viva en cada función. Muchos años de esfuerzo ininterrumpido yacen detrás de la perfección técnica de esos monstruos de danza, para los cuales no parece existir la palabra “vacaciones” simplemente porque el trabajo es su forma de vida. Y el dominio total de la técnica los ha conducido invariablemente a emplearla como un instrumento de expresión natural. He aquí el sentido del verdadero virtuosismo – opuesto a la acrobacia – cuando la raíz de aquel número asombroso de giros o de un largo equilibrio descansa en el sentimiento profundo, en la identificación total con el personaje y con el momento dramático, lo cual se puede percibir claramente en el rostro del gran bailarín, parte integral del movimiento, en su fluidez orgánica, en su total naturalidad al bailar. Esto es lo imperecedero. Cuando comienzan a decrecer las condiciones físicas de un bailarín que se ha acercado a la danza con ese sentido ancestral, ahí queda su Arte para siempre, porque ése ha sido el fundamento de su carrera, la esencia de su misión. 

Manuel Hidalgo                          

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