Alicia Alonso, la Última Diva del Ballet

Alicia Alonso, la Última Diva del Ballet

Por Manuel Hidalgo Iglesias

Escribir sobre Alicia Alonso es difícil cuando apenas han pasado unos días de que dejó esta tierra, objeto de las más grandes glorias que ha podido recibir una bailarina en la historia, y cuando tantos otros artistas, poetas, expertos y críticos han reflejado su magnitud a través del tiempo y continuarán haciéndolo. Por eso me dejaré guiar por la experiencia directa que tuve con el Arte y la personalidad de esta mujer, que fue una presencia tan importante en mi vida. 

La grandeza de Alicia Alonso abarca muchos aspectos, que la hacen única y trascendente en el universo de la Danza; pero también en la humanidad. Como bailarina mostró una técnica depuradísima, que la acompañó en toda su vida escénica aun en su edad avanzada –lo cual no fue el caso de todos los monstruos de la danza que prolongaron su carrera por mucho más tiempo del generalmente marcado para los artistas de este Arte–. Sin embargo, su milagro, si es que puede llamarse así, fue que logró hacer invisible esa técnica para mostrar una naturalidad al bailar que muy pocas y pocos han alcanzado y que la hicieron compartir esa rara categoría con Anna Pávlova, Galina Ulánova, Vaslav Nijinsky y sólo algunas y algunos otros. Cuando a los catorce años vi a Alicia por primera vez en El Lago de los Cisnes, en un momento en que aún la técnica del ballet me era totalmente desconocida, me llamó poderosamente la atención esa naturalidad al bailar, como si aquella fuera la única manera de expresarse que tuviera y como si estuviera creando al personaje en ese momento, sin ninguna preparación previa –aunque detrás estuviera el trabajo titánico de años–. 

Otra rara característica de la danza de Alonso era su ligereza, su levedad, la antigravedad que logró en papeles como Giselle –su mayor creación– Odette y la Peri, y que igualmente se ha visto muy pocas veces a ese grado en un escenario de ballet. Sin embargo, su diapasón interpretativo fue inmenso e igualmente enfrentó con éxito rotundo roles muy terrenales como Carmen; Swanilda, en Coppelia; Lise, en La Fille Mal Gardée; Yocasta y otros muy distantes a éstos como el Cisne Negro. Esto, aunado a un estilo totalmente único de bailar, que la puede distinguir de todas las demás bailarinas, aunque en un video se viera sólo su silueta danzando. 

Por otro lado, Alicia Alonso trascendió más allá de esa grandeza como bailarina. Con los lauros obtenidos como primera figura del Ballet Theater de Nueva York, siempre tuvo la visión de formar una compañía en Cuba, y junto a su entonces esposo Fernando Alonso, uno de los más grandes maestros del ballet del mundo, y Alberto Alonso, uno de los más notables coreógrafos, es autora de lo que los críticos han llamado “el milagro cubano”, es decir llegar a formar una de las compañías más importantes del mundo, con características propias muy definidas y una de las escuelas más reconocidas, cuyos maestros son reclamados por los mayores conjuntos del planeta; esto, unido a la formación de un público fanático y conocedor de este arte, que puede compararse en entusiasmo con cualquier otro de los grandes teatros de ballet . Una labor monumental, cuyo legado permanecerá por su solidez y calidad. 

Es conocido que, aunque el Ballet Alicia Alonso, después Ballet de Cuba, ya estaba formado antes del triunfo de la Revolución Cubana, la importancia histórica que alcanzó el posteriormente llamado Ballet Nacional de Cuba, no hubiera sido posible sin el apoyo que le ofreció desde su ascenso al poder Fidel Castro, al cual Alicia permaneció, no sin razón, leal hasta sus últimos momentos. Esa actitud de adhesión al régimen cubano, que le trajo muchos detractores en el exilio, junto a la larga procesión de miembros de la compañía que han preferido abandonar el conjunto y el país –desde destacadísimas figuras hasta integrantes del cuerpo de baile– no es el objeto de análisis de estas líneas, y mucho más se escribirá sobre ello. 

Cuando se habla o se escribe sobre Alicia Alonso, un hecho único no se podrá nunca omitir: al inicio de su carrera en Nueva York, un desprendimiento de retina la hizo abandonar el escenario por más de un año, con la amenaza de no poder volver a bailar. Con la poderosa fuerza de voluntad que la acompañó siempre, estuvo en cama con los ojos vendados repasando con sus dedos y en su mente las coreografías de sus ballets, en especial la de todos los personajes de Giselle, y regresó a la danza. Cuando poco después, la estrella en aquel momento del Ballet Theater, Alicia Markova, no pudo interpretar por enfermedad aquel ballet, la única que aceptó sustituirla fue Alicia. Y fue una sustitución histórica que la coronaría como una de las más grandes Giselles de todos los tiempos. 


Alicia Alonso Odette arabesque
Alicia Alonso interpretando a Odette

Después de eso, Alicia continuó con una gran deficiencia visual, y fue sometida a numerosas operaciones de retina y, después, también de cataratas. Hubo tiempos en que de un ojo no veía en lo absoluto y del otro sólo borroso en un pequeño ángulo, esto fue contado a mí por su entonces partenaire Azari Plisetsky. Yo mismo, estando sobre el escenario, presencié esa tragedia, mientras el Asistente de Escena le daba desde adentro orientaciones verbales para dirigirla en ciertos desplazamientos, o ella se guiaba por luces fuertes colocadas específicamente para ese efecto. Ante el público, sólo el Arte y la interpretación incomparables; pero también el virtuosismo técnico. Otro milagro. 

Alicia también venció al tiempo. Mientras que la edad en la que un bailarín debe retirarse está en su cuarta década, ella estuvo sobre el escenario hasta los setenta y tres años, y nunca hubo propiamente una despedida. Igualmente pude verla en las últimas funciones de sus grandes ballets, Giselle, El Lago de los Cisnes, Coppelia, Carmen, los cuales ya no pudo seguir enfrentando en sus versiones completas. Jamás, sin embargo, cambió una coreografía para hacerla más fácil. Cuando no le fue posible bailar un ballet completo, dejó de hacerlo, aunque sí continuó bailando, con una inmensa madurez artística y haciendo verdaderas proezas técnicas, varios fragmentos de esas piezas por mucho tiempo.  Importantes coreógrafos le crearon obras considerando sus limitaciones físicas, y verla en escena era siempre una experiencia única, desbordante de Arte, de estilo e interpretación. 

Mucho más se va a escribir sobre esta mujer excepcional, sui generis en muchos aspectos y méritos, como artista y como ser humano. Y aunque puede sonar repetitivo y cliché, seres como ella permanecen siempre en legado, ejemplo, trascendencia, y en la carrera de miles de artistas que, aunque no la hayan visto bailar, estarán tocados por su inspiración.         

Manuel Hidalgo, Ciudad de México 
Octubre 20 de 2019

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