En fin, a vuestras manos he venido,
do sé que he de morir tan apretado,
que aun aliviar con quejas mi cuidado,
como remedio, me es ya defendido.
Mi vida no sé en que se ha sostenido,
si nos es en haber sido yo guardado
para que sólo en mí fuese probado
cuánto corta una espada en un rendido.
Mis lágrimas han sido derramadas
donde la sequedad y la aspereza
dieron mal fruto de ellas y mi suerte.
Basten las que por vos tengo lloradas.
No os venguéis más de mi con mi flaqueza;
allá os vengad, señora, con mi muerte.
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Garcilaso de la Vega, príncipe de los poetas españoles.
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