Éstas son y serán ya las postreras
lágrimas que, con fuerza de voz viva,
perderé en esta fuente fugitiva,
que las lleva a la sed de tantas fieras.
¡Dichoso yo que, en playas extranjeras,
siendo alimento a pena tan esquiva,
halle muerte piadosa, que derriba
tanto vano edificio de quimeras!
Espíritu desnudo, puro amante,
sobre el sol arderé, y el cuerpo frío
se acordará de Amor en polvo y tierra.
Yo me seré epitafio al caminante,
pues le dirá, sin vida, el rostro mío:
«Ya fue gloria de Amor hacerme guerra.»
lágrimas que, con fuerza de voz viva,
perderé en esta fuente fugitiva,
que las lleva a la sed de tantas fieras.
¡Dichoso yo que, en playas extranjeras,
siendo alimento a pena tan esquiva,
halle muerte piadosa, que derriba
tanto vano edificio de quimeras!
Espíritu desnudo, puro amante,
sobre el sol arderé, y el cuerpo frío
se acordará de Amor en polvo y tierra.
Yo me seré epitafio al caminante,
pues le dirá, sin vida, el rostro mío:
«Ya fue gloria de Amor hacerme guerra.»
Francisco de Quevedo (1580-1645), uno de los grande sonetistas de la lengua española.
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