En abril de 1944, Paris todavía respiraba
Descendíamos hacia el río fiel: ni su ola ni nuestros ojos habían abandonado a París.
No pequeña ciudad, sino ciudad infantil y maternal.
Ciudad que todo lo atraviesa, como un sendero de verano,
lleno de flores y de pájaros, como un beso profundo, lleno también
de niños sonrientes, y de madres frágiles.
No una ciudad en ruinas, sino una ciudad compleja, marcada por su desnudez.
Ciudad entre nuestras muñecas como una atadura rota, entre nuestros
ojos como un ojo ya visto, ciudad repetida indefinidamente como un poema.
Ciudad siempre semejante a sí misma.
Vieja ciudad… Entre la ciudad y el hombre no había ni siquiera el espesor de un muro.
Ciudad de la transparencia, ciudad inocente.
Entre el hombre abandonado y la ciudad desierta, había más que el espesor de un espejo.
Sólo había una ciudad que presentaba los colores del hombre, tierra y carne, sangre y savia.
El día que juguetea en el agua, la noche que muere sobre la tierra.
El ritmo del aire puro es más fuerte que la guerra.
Ciudad con la mano tendida, y, entonces, todo mundo ríe y todo mundo goza.
Ciudad ejemplar.
Nadie pudo saltar los puentes que nos conducían al sueño y del sueño
a nuestros sueños y de nuestros sueños a la eternidad.
Ciudad perdurable, donde viví un día nuestra victoria sobre la muerte.
Paul Eluard (1895-1952) poeta francés que practicó con mucho éxito el surrealismo; su verdadero nombre era Eugène Grindel.
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