El gozo alucinado
El color se me adentra y no lo pinto;
la nota musical llega hasta el fondo
de la entraña cordial, y yo la escondo
en el sacro rincón de su recinto.
El árbol es aliento y no verdura,
germinación de vuelo y no ramaje;
el ojo lo desliga del paisaje
y lo clava en el dombo de la altura.
Apago soles y deseco ríos,
borro matices y deshago formas,
y en propio barro, quebrantando normas,
modelo mundos para hacerlos míos.
Sobrepasa las cosas la mirada,
el sueño crece, lo real esfuma,
y me embarco en las alas de la bruma
corno en una galera aparejada.
Enrique González Martínez
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