El amor de papá y el aprendizaje con el globo rojo…, cuento sobre el amor paternal, a propósito del día del padre
Gepeto Galicia
Había una vez, en un tranquilo pueblo rodeado de montañas, una pequeña familia de tres, formada por un hombre llamado Tomás, una mujer cariñosa llamada Laura y el hijo pequeño de ambos, Alejandro. Tomás era un hombre amable y trabajador, y Alejandro era un niño curioso y lleno de energía. Juntos, formaban una familia amorosa y unida.
En un soleado día de junio, el pueblo se llenaba de color y alegría para celebrar el Día del Padre. En la plaza principal, las familias se reunían para honrar a los padres y agradecerles por su amor y dedicación. Tomás, Laura y Alejandro caminaban juntos entre la multitud, observando las actividades y disfrutando de la música y los juegos. Habían salido para celebrar juntos a Tomás, quien siempre trabajaba duro para proveer el hogar de todo lo necesario y era además un padre y esposo amoroso y atento.
En medio de la festividad, Alejandro descubrió entre tantos puestos de comercio uno donde estaban vendiendo globos, globos ligeros y brillantes, muchos niños, alrededor del puesto, llevaban ya en la mano su globo y en el rostro una sonrisa enorme que el globo les había causado. Algunos globos volaban por el aire en diferentes direcciones. Sus ojos brillaron de emoción, y con una sonrisa radiante le preguntó a sus padres si podía tener uno. Tomás y Laura intercambiaron una mirada cómplice y asintieron, sabiendo que aquel gesto llenaría de felicidad el corazón de su hijo.
Los tres se acercaron al puesto, Alejandro escogió un globo rojo brillante y lo sostuvo con fuerza. Estaba tan emocionado que sus ojos brillaban tanto o más que el globo. Mientras caminaban de regreso a casa, el viento acariciaba el rostro de Alejandro y hacía bailar su globo rojo en el aire.
Esa tarde, Tomás, Laura y Alejandro pasaron tiempo juntos en el jardín trasero de su hogar, compartieron panecillos y jugaron algunos juegos de mesa. El sol comenzaba a esconderse en el horizonte, embelleciendo el cielo con tonos dorados y rosados. Alejandro soltó su globo y lo vio elevarse hacia el cielo, perdiéndose entre las nubes. Aunque su corazón se llenó de un sentimiento de nostalgia, sabía que el amor de su padre y de su madre siempre estaría presente. Su padre siempre había sido enfático en lo importante que era no encariñarse de más con las cosas materiales, aprender a perderlas y continuar, porque lo más importante era el amor, al soltar el globo, Alejandro demostró que esa lección estaba bien aprendida. El globo había sido parte del festejo y fue bueno, pero no era esencial, no era parte de lo que necesitaba permanecer.
Tomás abrazó a Alejandro, luego de verlos por unos segundos Laura se unió al abrazo, formando un cálido y amoroso núcleo familiar. Sin dejar de abrazarse, Tomás se dirigió a Alejandro: «Hijo nuestro, ese globo es como el amor que compartimos contigo. Puede ir alto en el cielo y desaparecer de nuestra vista, pero por siempre será parte de este día, no importa lo que cambie en el futuro, nunca cambiará en nuestros corazones nuestro amor por ti. No importa cuánto tiempo pase o qué desafíos enfrentemos, nuestro amor nunca se desvanecerá».
A medida que Alejandro crecía, siempre llevaba consigo ese recuerdo especial de sus padres y el globo rojo. Aprendió que el amor de su padre y madre era una fuerza constante en su vida, un faro que lo guiaba en cada paso que daba. A través de los años, Tomás y Laura siempre estuvieron allí para escuchar, aconsejar y brindar apoyo incondicional a su hijo.
Con el tiempo, Alejandro se convirtió en un hombre generoso y amable, como lo era su papá. Siempre llevó consigo la lección y el recuerdo de aquel globo rojo que había volado tan alto en el cielo. Y aunque la vida los llevó por otros caminos a otros lugares, el amor de su padre y de su madre siempre vivió en su corazón cuando estuvo lejos.
En cada Día del Padre, Alejandro recordaba a su papá con gratitud y alegría. Su amor perduraba en sus recuerdos, en las lecciones que había aprendido y en las emociones que aún movían su corazón. Sabía que, aunque Tomás y Laura no estuvieran físicamente presentes, su amor continuaba guiándolo y brindándole bienestar.
Y así, el legado de amor entre padres e hijo se extendió por generaciones, tanto Alejandro como sus hijos después y sus nietos luego supieron vivir y enseñar ese amor que primero recibieron, dejando huellas imborrables en los corazones de aquellos que lo habían vivido.
El Día del Padre se convirtió en un recordatorio del poder del amor, de cómo los padres pueden moldear la vida de sus hijos y cómo ese amor perdura en el tiempo, trascendiendo barreras y moviendo emociones profundas. Es una tradición familiar hermosa en las muchas familias que componen la extensísima familia de la descendencia de Tomás y de Laura, en cuya casa en las montañas aún permanece, colgado en la sala, el retrato de aquella familia de la cual descienden tantas, y en donde todavía, en algunas ocasiones especiales, logra de vez en cuando reunirse la familia.
Fin.
Gepeto Galicia
Para seguir leyendo:
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Poema “ A mi padre”, de Manuel Gutiérrez Nájera
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