«Pax animae», Manuel Gutiérrez Nájera

Imagen del poeta Manuel Gutiérrez Nájera



¡Ni una palabra de dolor blasfemo! 
Sé altivo, sé gallardo en la caída,
y ve, poeta, con desdén supremo 
todas las injusticias de la vida.

No busques la constancia en los amores, 

no pidas nada eterno a los mortales,
y haz, artista, con todos tus dolores, 
excelsos monumentos sepulcrales.

En mármol blanco tus estatuas labra, 

castas en la actitud aunque desnudas, 
y que duerma en sus labios la palabra
y se muestren muy tristes… ¡pero mudas! 

¡El nombre!… Débil vibración sonora

que dura apenas un instante. ¡El nombre!… 
¡Ídolo torpe que el iluso adora,
última y triste vanidad del hombre! 

¿A qué pedir justicia ni clemencia

-si las niegan los propios compañeros
a la glacial y muda indiferencia
de los desconocidos venideros?

¿A qué pedir la compasión tardía

de los extraños que la sombra esconde? 
Duermen los ecos en la selva umbría
y nadie, nadie a nuestra voz responde.

En esta vida el único consuelo 

es acordarse de las horas bellas
y alzar los ojos para ver el cielo… 
cuando el cielo está azul o tiene estrellas.

Huir del mar y en el dormido lago 

disfrutar de las ondas el reposo.
Dormir… soñar… El sueño, nuestro mago, 
es un sublime y santo mentiroso.

¡Ay! es verdad que en el honrado pecho 

pide venganza la reciente herida, 
pero… perdona el mal que te hayan hecho 
¡todos están enfermos de la vida! 

Los mismos que de flores se coronan, 

para el dolor, para la muerte nacen… 
Si los que tú más amas te traicionan 
¡perdónalos, no saben lo que hacen! 

Acaso esos instintos heredaron 

y son los inconscientes vengadores 
de razas o de estirpes que pasaron 
acumulando todos los rencores. 

¿Eres acaso el juez? ¿El impecable? 

¿Tú la justicia y la piedad reúnes? 
¿Quién no es fugitivo responsable 
de alguno o muchos crímenes impunes? 

¿Quién no ha mentido amor y ha profanado 

de un alma virgen el sagrario augusto? 
¿Quién está cierto de no haber matado? 
¿Quién puede ser el justiciero, el justo? 

¡Lástimas y perdón para los vivos! 

Y así, de amor y mansedumbre llenos, 
seremos cariñosos, compasivos 
y alguna vez, acaso, acaso buenos!

¿Padeces? Busca a la gentil amante, 

a la impasible e inmortal belleza,
y ve apoyado, como Lear errante, 
en tu joven Cordelia: la tristeza.

Mira: se aleja perezoso el día.

¡Qué bueno es descansar! El bosque oscuro 
nos arrulla con lánguida armonía…
El agua es virgen. El ambiente es puro.

La luz cansada, sus pupilas cierra; 

se escuchan melancólicos rumores,
y la noche, al bajar, dice a la tierra: 
«¡Vamos, ya está…  ya duérmete, no llores!»

Recordar… Perdonar… Haber amado… 

Ser dichoso un instante, haber creído… 
Y luego… reclinarse fatigado
en el hombro de nieve del olvido.

Sentir eternamente la ternura 

que en nuestros pechos jóvenes palpita, 
y recibir, si llega, la ventura, 
como a hermosa que viene de visita. 

Siempre escondido lo que más amamos, 

siempre en los labios el perdón risueño; 
hasta que al fin ¡oh tierra! a ti vayamos 
con la invencible lasitud del sueño.

Esa ha de ser la vida del que piensa 

en lo fugaz de todo lo que mira,
y se detiene, sabio, ante la inmensa 
extensión de tus mares ¡oh mentira!

Corta las flores, mientras haya flores; 

perdona las espinas a las rosas… 
¡También se van y vuelan los dolores 
como turbas de negras mariposas!

Ama y perdona. Con valor resiste 

lo injusto, lo villano, lo cobarde… 
Hermosamente pensativa y triste 
está al caer la silenciosa tarde.

Cuando el dolor mi espíritu sombrea

busco en las cimas claridad y calma,
y una infinita compasión albea
en las heladas cumbres de mi alma.






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