A la virgen María, Manuel Gutiérrez Nájera

Manuel Gutiérrez Nájera

 

A LA VIRGEN MARÍA[1] 

¡Oh Madre de mi Dios, Virgen divina,
aromática planta del Carmelo,
Lirio de Sion, Estrella peregrina,
Rosa de Jericó, Reina del cielo,
oye la voz del trovador oscuro
que te viene a rendir óbolo santo!
Será su ofrenda un pensamiento puro.
Un himno a la verdad será su canto.

Salve mil veces, bella nazarena,
inmaculada Esposa del Cordero,
de los campos de Dios blanca azucena!
Tú fuiste la paloma que dio al mundo
la oliva de la paz; la clara aurora
que vino a preceder al sol fecundo;
la nave conductora
del tesoro inmortal; la santa nube
do Jesús a la tierra bajaría;
arca suprema que la vida encierra,
raudal inagotable de venturas,
paraíso de Dios sobre la tierra!

Tú fuiste elevada
por tu virtud y celestial pureza
do no puede alcanzar la mente osada;
en ti la gracia espiritual se encierra
y tu pureza brillará sin velo
sobre todos los seres de la tierra,
sobre todos los ángeles del cielo.

En tu dolor profundo
con tu Jesús subiste al Calvario
a consumar la redención del mundo,
cumpliendo así la voluntad del padre;
y la hez apurando
del cáliz la amargura,
con maternal ternura
acogiste en tu seno al hombre infando
que con feroz, sangriento regocijo,
enclavado en la Cruz puso a tu Hijo.

Sellaste allí tu caridad preciosa,
y desde entonces, Virgen bendecida,
en ti tan sólo el Universo busca
el amparo y la paz, la unión, la vida.

Por ti el huérfano halló materno abrigo;
la viuda protección, consuelo el triste;
por ti confiado se lanzó el marino
al borrascoso mar; por ti valiente
el soldado en la lid se abrió camino
y victorioso levantó la frente.

Por ti doquier se derramó brillante
la ventura y el bien, la fe, la gloria,
porque eres tú, Señora soberana,
el ángel protector de los viadores;
porque es tu amor, que de Jesús emana,
el amor sobre todos los amores.

Por eso ante tu imagen, de rodillas,
venimos a implorar tu santo amparo,
anegadas en llanto las mejillas.
Sé de estos niños luminoso faro
que en la borrasca mundanal les guíe,
y desde el alto cielo
a ellos dirige tu mirada pura,
bálsamo de suavísimo consuelo,
manantial de placer y de ventura.

Pobres arbustos son que el torbellino
tronchará en su carrera impetuosa;
mas si les guarda de tu amor divino
la égida poderosa,
en árboles robustos convertidos
desafiarán del viento los furores
y entre sus ramas colgarán sus nidos
los canoros y dulces ruiseñores.

Tú, Virgen inmortal, que no desdeñas
el acento sencillo
ni la votiva ofrenda, ni las flores
que en el vellón te ofrecen los pastores,
escúchame propicia;
ten piedad de estos pobres pequeñuelos;
derrama en su camino
bálsamo de virtud, sombra de calma;
haz que siempre conserven pura el alma,
y que amándote cumplan su destino.

Ilumina sus mentes,
dales luz de verdad, que un día alumbre
a las futuras gentes,
mostrando al orbe la honda podredumbre
de los metidos ídolos que adora,
al ruido de la guerra destructora.

Fe te pido sincera
para sus almas; con amor escuda
sus divinas creencias. Cuando impera
la desolante duda,
y la santa virtud yace en olvido,
para estos pobres niños, fe te pido.

13 diciembre 1875

 


 
 
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[1] En la distribución de premios de las escuelas gratuitas de la Sociedad Católica.


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