AL CORAZÓN DE JESÚS
Sólo se alzó hasta Ti mi pobre acento
en oración cristiana;
nunca osó temeroso el pensamiento,
de humilde inspiración bajo el amparo,
llegar hasta tu asiento,
que cercan los querubes
y sostienen las nubes
sobre el ropaje azul del firmamento.
Nunca, nunca pulsé la lira mía
para elevarte un cántico sagrado,
porque juzgué medroso que cantarte
sólo aquellos debieron
que del cielo la dulce melodía
para sus tiernos cantos recibieron;
los que al arte robaron sus primores,
su cadencia a los suaves ruiseñores,
y la arrogancia para alzar su canto
al águila altanera,
que rauda tiende el vuelo,
la tierra deja, por la nube rompe,
y al sol mismo amenaza en su carrera
y va a perderse en la celeste esfera.
Por temor a lo pobre de mi canto
hasta tu trono santo
mi lira no elevó tímidos ecos;
pero ya de mi pecho alborozado
se escapa el sentimiento
que estuvo hasta hoy callado,
y a Ti vuela mi acento
y en pos de Ti se lanza,
y ya temor no advierte,
que en Ti miro la vida de mi muerte,
mi norte y mi esperanza.
Salve a Ti, salve a Ti, Dios de bondades.
¡Salve a Ti, cuyo genio poderoso,
cuya ciencia ignorada,
en el caos halló germen fecundo,
y engendró de la nada
masas, fuerzas, un mundo y otro mundo!
A Ti, Señor, que de tu esencia pura
un átomo vertiste en la criatura
que la dio de su vida la conciencia
y agigantó su mezquindad liviana
¡germinando en su humilde inteligencia
los sueños inmortales del mañana!
A tu sublime Espíritu potente
el orbe subyugado,
cambióse ayer en mugidor torrente
el que antes fuera arroyo perfumado.
Nebulosas de estrellas
fueron antes el polvo de tus huellas,
mas cuando su castigo concitaron
los seres que en Ti a Dios desconocieron,
tantos fúlgidos soles se apagaron
y en el caos de la nada se perdieron.
Mas no te cantaré cuando en la cumbre
del Sinaí sagrado
ostentaste tu inmenso poderío
de nubes rodeado,
ya la rojiza lumbre
del rayo que serpeando por el cielo
el rostro de Moisés iluminaba
y al atónito pueblo espanto daba.
De tu poder me pasma la grandeza;
tu majestad con su esplendor me humilla,
y ante tal majestad y gloria tanta
inclino la cabeza
y reverente doblo la rodilla.
Débiles son mis ojos para verte
en medio de tu gloria y poderío;
deslúmbrame el fulgor de tu mirada,
y el pensamiento mío
se humilla en tu presencia y se anonada.
Por eso cantaré tu amor sublime,
tu amor que salvó al hombre en el Calvario,
tu santo amor, consuelo del que gime
en el valle del mundo solitario.
Quiero cantar tu Corazón sagrado,
manantial de ese amor dulce y profundo;
que Él es de todo bien templo adorado,
que en Él está la salvación del mundo.
¡Tu Corazón! dulcísimo consuelo
al que en la tierra vierte amargo llanto,
iris de paz que en el cerúleo cielo
aparece a calmar nuestro quebranto.
En tempestuosa noche,
astro que vierte su fulgor divino
a través de las sombras tenebrosas,
y que guía al peregrino
por el camino incierto
hasta llegar al anhelado puerto.
Tesoro de esperanzas
para el creyente que con fe lo invoca;
manantial de secretas venturanzas,
de místicas y dulces alegrías,
para el que con fe pura
le consagra sus tiernas oraciones,
que arrebatadas vuelan
a la celeste altura,
como perfumes de fragantes flores.
Corazón de Jesús, sagrado emblema
del santo amor divino,
que das a nuestro ser ventura y calma,
tú eres la vida y salvación del alma…
¡Corazón de Jesús, bendito seas!
¿Qué fuera de los míseros mortales
si en tu amor no vivieran y esperaran?
¿Quién calmara sus males?
¿Quién sus quejas oyera
y de sus tristes ayes se doliera?
Oh, no, el pensar humano
límite de dolor mayor no alcanza
que a perder la esperanza,
y eres Tú la esperanza del cristiano.
Nunca, nunca te pierda el alma mía;
sé mi escudo, mi norte y mi consuelo,
y el alma acoge y guía
cuando deje este suelo
y a más perfecto mundo tienda el vuelo.
Por más que el mundo impío
y ciego te negara,
yo tu gloria cantara,
tu piedad implorando el labio mío.
Por Ti mi frente al polvo se humillara,
y con ojos que viven
dentro del pensamiento,
y la luz sólo de la fe reciben,
sobre el azul del cielo
buscárate con fervoroso anhelo.
Mi fe me hizo volver a Ti los ojos,
ya por el llanto rojos,
en esas horas de mortal quebranto
en que el alma, en aislado sufrimiento
y callado tormento,
quiere huir de sí propia con espanto;
y al volverlos a Ti, cual la tormenta
que alborota los mares
el iris calma, la bonanza advierte
y al navegante alienta,
así en el alma mía
huyeron los pesares
al consagrarte tiernos mis cantares
las vibraciones de mi tosca lira.
Deja que en mis placeres te bendiga
y en mi dolor te implore;
que en tu presencia llore
y mis penas te diga;
que a falta de ecos en la lira mía
te ofrece el pecho, con su fe escudado,
un corazón en lágrimas bañado,
que a Ti reza, a Ti acude y en Ti fía.
Corazón de Jesús, sagrado emblema
del santo amor divino,
que das a nuestro ser ventura y calma,
Tú eres la vida y salvación del alma…
¡Corazón de Jesús, bendito seas!
1° junio 1876
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