El fin de semana tuve la oportunidad de asistir a una dinámica psicológica grupal, que llevaba por nombre: “Tecnología del amor y salud psíquica”. No voy a explicar los motivos por los que me encontraba ahí. El punto es que todo transcurrió en medio de un clima de intimidad y compañerismo; el único hecho que generó cierta tensión, creo, fue que yo, al principio y al final de la dinámica, me dediqué a cuestionar ciertos conceptos “clave” de la teoría que, a mi juicio, resultaban ambiguos y mañosos, ya que los consideraba demasiado complacientes como para ser ciertos.
Lo anterior, en la medida en la que, como cualquier persona medianamente inteligente sabe: los fenómenos, en verdad importantes, que nos acontecen en la vida, suelen ser muy contradictorios, dotados de múltiples interpretaciones morales (no siempre conciliables entre sí, hasta la desesperación), de modo que querer reducirlo todo a un sólo significado resulta, las más de las veces, en un patético e histérico intento por querer acomodar la realidad en su sitio, aunque sea con calzador.
Esto lo digo porque (al menos a mí) me resulta evidente que no siempre se puede buscar un equilibrio entre los contrarios; ni es esto, por necesidad, lo más aconsejable. De hecho, estoy seguro de que las decisiones trascendentes, siempre poseen un determinado nivel de asertividad al tiempo que conviven con su exacto contrario: la negación, que es capaz de desacreditar (o al menos desestabilizar) nuestra manera de actuar y de “ver” las cosas. Dicho con otras palabras: el equilibrio que rige nuestra vida psíquica y emocional, aunque no nos guste aceptarlo, es siempre más precario de lo que desearíamos. Por estos motivos, no pude más que desconfiar de tal dinámica, ya que postulaba que la “asertividad”, el “reconocimiento del otro”, el “amor”, la “praxis” y la “tecnología” podían llevarnos, con el mero empuje de sus buenas intenciones, de vuelta al edén de las relaciones interpersonales.
Concluido el evento, y ya de camino a Calzada de Tlalpan, compartiendo con mi novia nuestras impresiones con respecto a la mencionada “terapia”, llegamos a la conclusión de que, sorprendentemente, dicha dinámica carecía de objeto… Quiero decir que, detrás de todas esas cosas cursis que habíamos realizado como “anotar las buenas características que poseemos”, hablar acerca de la “peor época de nuestras vidas”, reconocer las manos de los otros con los ojos vendados, etc., no había otro objetivo más allá que el de generar un cómodo y agradable sentimiento de aceptación y de pertenencia. Es decir: de engolosinarnos, haciéndonos creer, de un modo pretendidamente “científico”, que la anhelada ficción de llevar una vida “segura” (libre del angustiante sentimiento de indeterminación), libre de crispaciones violentas con el otro, no sólo era posible ¡sino que estaba al alcance de la mano!
Como dicen los infomerciales de la tele. “¡Marque ahora y conviértase en un adicto al sentimiento que provoca la efímera aceptación! Cierto, quizá no se cure usted nunca de la ansiedad y la soledad que lo agobian, pero, al menos, tendrá el placer de disfrutar, de dos a tres veces por semana, de esa pequeña e infaltable dosis de reafirmación narcisista que tanta falta nos hace a todos. ¡Y todo por una módica cantidad: se lo merece! Amigo lector, no pierda más su tiempo. Si el autoestima también cuesta: ¡pague lo justo! ¡Deposite hoy mismo!”
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