Tarde enemiga
La música, el oleaje de los sueños sin nombre,
el epitafio de la tarde, el lento
acontecer de algún milagro herido,
se vuelven instrumentos del domingo culpable.
Puedo afirmar que vivo
porque he aprendido el límite del aire,
lo que se rompe y pierde en el deshielo.
Pero hoy el mundo amaneció de cobre
y las horas llegaron a su término.
Sobre la paz de este final,
de este río que prosigue para aumentar su muerte,
la hora es el cadáver de otra hora abolida.
El tiempo abre las alas.
Se aleja el día hacia ninguna parte.
¿Cómo atajar la sombra si nada permanece,
si ha sido nuestra herencia la dualidad del polvo?
José Emilio Pacheco
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