En el alto castillo, la serena
tarde ponía su misterioso brillo
y la rosada carne del ladrillo
se tornaba de luz sobre la almena.
El silencio contigo; la voz plena
del suave mar, abajo, y el sencillo
juguetear del claro vientecillo
con mi trémula mano en tu melena.
Los árboles oscuros al Poniente
rumoreaban plácidas canciones.
El tiempo se dormía, abandonado.
Y bajaba la noche, indiferente,
con un prodigio de constelaciones
sobre mi corazón enamorado.
José María Souvirón (1904-1973), poeta español.
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