Para un mordisco, Alfonso Reyes


Para un mordisco 

Alfonso Reyes

Propio camaleón de otros cielos mejores,
a cada nueva aurora mudaba de colores.

Así es que prefiriera a su rubor primero
el tizne que el oficio deja en el carbonero.

Quiero decir (me explico): la mudanza fue tal,
que iba del rojo al negro lo mismo que Stendhal.

Luego, un temblor de púrpura casi cardenalicio
(que viene a ser también el tizne de otro oficio)

se quebró en malva y oro con bandas boreales,
que ni el disco de Newton exhibe otras iguales.

Es muy de Juan Ramón esto de malvas y oros,
o del traje de luces de un matador de toros.

Y no sé si atreverme, en cosa tan sencilla,
a decir que hubo una “primavera amarilla”,

con unas vetas verdes, con unos jaspes grises
en olas circunflejas como en el mar de Ulises.

¡Ulises yo, que apenas de Caribdis a Escila
—de un vértice a un escollo —saciaba la pupila!

Porque como es efímero todo lo que es anhelo,
el color se evapora y otra vez sube al cielo,

Y ya sabemos que poco a poco se va
aun la marca de fuego de la infidelidá.

Y se acabó la historia —tal era la mordida
que lucía en el anca mi querida. 

Alfonso Reyes

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Puedes leer sobre el autor, su vida, su obra y su contexto, en la página de Alfonso Reyes en Wikipedia.


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